Iglesia en el Mundo: Mensaje del Papa Francisco para la próxima Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales
25/01/2023
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Como en cada año, hoy 24 de enero, en la Memoria Litúrgica de San Francisco de Sales, el Papa Francisco dió a conocer el mensaje para la 57ma. Jornada de las Comunicaciones Sociales, cuyo lema de este año es: Hablar con el corazón, «en la verdad y en el amor» (Ef 4,15).
Mensaje del Santo Padre Francisco
para la 57ma Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales
(24 de enero de 2023)
Hablar con el corazón,
«en la verdad y en el amor» (Ef 4,15)
Queridos hermanos y hermanas:
Después de haber reflexionado, en años anteriores, sobre los verbos “ir, ver” y “escuchar”
como condiciones para una buena comunicación, en este Mensaje para la LVII Jornada
Mundial de las Comunicaciones Sociales quisiera centrarme en “hablar con el corazón”.
Es el corazón el que nos ha movido a ir, ver y escuchar; y es el corazón el que nos mueve
a una comunicación abierta y acogedora. Tras habernos ejercitado en la escucha —que
requiere espera y paciencia, así como la renuncia a afirmar de modo prejuicioso nuestro
punto de vista—, podemos entrar en la dinámica del diálogo y el intercambio, que es
precisamente la de comunicar cordialmente. Una vez que hayamos escuchado al otro con
corazón puro, lograremos hablar «en la verdad y en el amor» (cf. Ef 4,15). No debemos
tener miedo a proclamar la verdad, aunque a veces sea incómoda, sino a hacerlo sin
caridad, sin corazón. Porque «el programa del cristiano —como escribió Benedicto
XVI— es un “corazón que ve”».[1] Un corazón que, con su latido, revela la verdad de
nuestro ser, y que por eso hay que escucharlo. Esto lleva a quien escucha a sintonizarse
en la misma longitud de onda, hasta el punto de que se llega a sentir en el propio corazón
el latido del otro. Entonces se hace posible el milagro del encuentro, que nos permite
mirarnos los unos a los otros con compasión, acogiendo con respeto las fragilidades de
cada uno, en lugar de juzgar de oídas y sembrar discordia y divisiones.
Jesús nos recuerda que cada árbol se reconoce por su fruto (cf. Lc 6,44), y advierte que
«el hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo que es bueno; y el hombre malo,
de su mal tesoro saca lo que es malo; porque de la abundancia del corazón habla su boca»
(v. 45). Por eso, para poder comunicar «en la verdad y en el amor» es necesario purificar
el corazón. Sólo escuchando y hablando con un corazón puro podemos ver más allá de
las apariencias y superar los ruidos confusos que, también en el campo de la información,
no nos ayudan a discernir en la complejidad del mundo en que vivimos. La llamada a
hablar con el corazón interpela radicalmente nuestro tiempo, tan propenso a la
indiferencia y a la indignación, a veces sobre la base de la desinformación, que falsifica
e instrumentaliza la verdad.
Comunicar cordialmente
Comunicar cordialmente quiere decir que quien nos lee o nos escucha capta nuestra
participación en las alegrías y los miedos, en las esperanzas y en los sufrimientos de las
mujeres y los hombres de nuestro tiempo. Quien habla así quiere bien al otro, porque se
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preocupa por él y custodia su libertad sin violarla. Podemos ver este estilo en el misterioso
Peregrino que dialoga con los discípulos que van hacia Emaús después de la tragedia
consumada en el Gólgota. Jesús resucitado les habla con el corazón, acompañando con
respeto el camino de su dolor, proponiéndose y no imponiéndose, abriéndoles la mente
con amor a la comprensión del sentido profundo de lo sucedido. De hecho, ellos pueden
exclamar con alegría que el corazón les ardía en el pecho mientras Él conversaba con
ellos a lo largo del camino y les explicaba las Escrituras (cf. Lc 24,32).
En un periodo histórico marcado por polarizaciones y contraposiciones —de las que,
lamentablemente, la comunidad eclesial no es inmune—, el compromiso por una
comunicación “con el corazón y con los brazos abiertos” no concierne exclusivamente a
los profesionales de la información, sino que es responsabilidad de cada uno. Todos
estamos llamados a buscar y a decir la verdad, y a hacerlo con caridad. A los cristianos,
en especial, se nos exhorta continuamente a guardar la lengua del mal (cf. Sal 34,14), ya
que, como enseña la Escritura, con la lengua podemos bendecir al Señor y maldecir a los
hombres creados a semejanza de Dios (cf. St 3,9). De nuestra boca no deberían salir
palabras malas, sino más bien palabras buenas «que resulten edificantes cuando sea
necesario y hagan bien a aquellos que las escuchan» (Ef 4,29).
A veces, el hablar amablemente abre una brecha incluso en los corazones más
endurecidos. Tenemos prueba de esto en la literatura. Pienso en aquella página
memorable del capítulo XXI de Los novios, en el que Lucía habla con el corazón al
Innominado hasta que éste, desarmado y atormentado por una benéfica crisis interior,
cede a la fuerza gentil del amor. Lo experimentamos en la convivencia cívica, en la que
la amabilidad no es solamente cuestión de buenas maneras, sino un verdadero antídoto
contra la crueldad que, lamentablemente, puede envenenar los corazones e intoxicar las
relaciones. La necesitamos en el ámbito de los medios para que la comunicación no
fomente el rencor que exaspera, genera rabia y lleva al enfrentamiento, sino que ayude a
las personas a reflexionar con calma, a descifrar, con espíritu crítico y siempre respetuoso,
la realidad en la que viven.
La comunicación de corazón a corazón: “Basta amar bien para decir bien”
Uno de los ejemplos más luminosos y, aún hoy, fascinantes de “hablar con el corazón”
está representado en san Francisco de Sales, doctor de la Iglesia, a quien he dedicado
recientemente la Carta apostólica Totum amoris est, con motivo de los 400 años de su
muerte. Junto a este importante aniversario, me gusta recordar, en esta circunstancia, otro
que se celebra en este año 2023: el centenario de su proclamación como patrono de los
periodistas católicos por parte de Pío XI con la Encíclica Rerum omnium perturbationem.
Intelecto brillante, escritor fecundo, teólogo de gran profundidad, Francisco de Sales fue
obispo de Ginebra al inicio del s. XVII, en años difíciles, marcados por encendidas
disputas con los calvinistas. Su actitud apacible, su humanidad, su disposición a dialogar
pacientemente con todos, especialmente con quien lo contradecía, lo convirtieron en un
testigo extraordinario del amor misericordioso de Dios. De él se podía decir que «las
palabras dulces multiplican los amigos y un lenguaje amable favorece las buenas
relaciones» (Si 6,5). Por lo demás, una de sus afirmaciones más célebres, «el corazón
habla al corazón», ha inspirado a generaciones de fieles, entre ellos san John Henry
Newman, que la eligió como lema, Cor ad cor loquitur. «Basta amar bien para decir bien»
era una de sus convicciones. Ello demuestra que para él la comunicación nunca debía
reducirse a un artificio —a una estrategia de marketing, diríamos hoy—, sino que tenía
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que ser el reflejo del ánimo, la superficie visible de un núcleo de amor invisible a los ojos.
Para san Francisco de Sales, es precisamente «en el corazón y por medio del corazón
donde se realiza ese sutil e intenso proceso unitario en virtud del cual el hombre reconoce
a Dios».[2] “Amando bien”, san Francisco logró comunicarse con el sordomudo Martino,
haciéndose su amigo; por eso es recordado como el protector de las personas con
discapacidades comunicativas.
A partir de este “criterio del amor”, y a través de sus escritos y del testimonio de su vida,
el santo obispo de Ginebra nos recuerda que “somos lo que comunicamos”. Una lección
que va contracorriente hoy, en un tiempo en el que, como experimentamos sobre todo en
las redes sociales, la comunicación frecuentemente se instrumentaliza, para que el mundo
nos vea como querríamos ser y no como somos. San Francisco de Sales repartió
numerosas copias de sus escritos en la comunidad ginebrina. Esta intuición “periodística”
le valió una fama que superó rápidamente el perímetro de su diócesis y que perdura aún
en nuestros días. Sus escritos, observó san Pablo VI, suscitan una lectura «sumamente
agradable, instructiva, estimulante».[3] Si vemos el panorama de la comunicación actual,
¿no son precisamente estas características las que debería tener un artículo, un reportaje,
un servicio radiotelevisivo o un post en las redes sociales? Que los profesionales de la
comunicación se sientan inspirados por este santo de la ternura, buscando y contando la
verdad con valor y libertad, pero rechazando la tentación de usar expresiones llamativas
y agresivas.
Hablar con el corazón en el proceso sinodal
Como he podido subrayar, «también en la Iglesia hay mucha necesidad de escuchar y de
escucharnos. Es el don más precioso y generativo que podemos ofrecernos los unos a los
otros».[4] De una escucha sin prejuicios, atenta y disponible, nace un hablar conforme al
estilo de Dios, que se nutre de cercanía, compasión y ternura. En la Iglesia necesitamos
urgentemente una comunicación que encienda los corazones, que sea bálsamo sobre las
heridas e ilumine el camino de los hermanos y de las hermanas. Sueño una comunicación
eclesial que sepa dejarse guiar por el Espíritu Santo, amable y, al mismo tiempo, profética;
que sepa encontrar nuevas formas y modalidades para el maravilloso anuncio que está
llamada a dar en el tercer milenio. Una comunicación que ponga en el centro la relación
con Dios y con el prójimo, especialmente con el más necesitado, y que sepa encender el
fuego de la fe en vez de preservar las cenizas de una identidad autorreferencial. Una
comunicación cuyas bases sean la humildad en el escuchar y la parresia en el hablar; que
no separe nunca la verdad de la caridad.
Desarmar los ánimos promoviendo un lenguaje de paz
«Una lengua suave quiebra hasta un hueso», dice el libro de los Proverbios (25,15).
Hablar con el corazón es hoy muy necesario para promover una cultura de paz allí donde
hay guerra; para abrir senderos que permitan el diálogo y la reconciliación allí donde el
odio y la enemistad causan estragos. En el dramático contexto del conflicto global que
estamos viviendo, es urgente afirmar una comunicación no hostil. Es necesario vencer «la
costumbre de desacreditar rápidamente al adversario aplicándole epítetos humillantes, en
lugar de enfrentar un diálogo abierto y respetuoso».[5] Necesitamos comunicadores
dispuestos a dialogar, comprometidos a favorecer un desarme integral y que se esfuercen
por desmantelar la psicosis bélica que se anida en nuestros corazones; como exhortaba
proféticamente san Juan XXIII en la Encíclica Pacem in terris, la paz «verdadera puede
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apoyarse únicamente en la confianza recíproca» (n. 113). Una confianza que necesita
comunicadores no ensimismados, sino audaces y creativos, dispuestos a arriesgarse para
hallar un terreno común donde encontrarse. Como hace sesenta años, vivimos una hora
oscura en la que la humanidad teme una escalada bélica que se ha de frenar cuanto antes,
también a nivel comunicativo. Uno se queda horrorizado al escuchar con qué facilidad se
pronuncian palabras que claman por la destrucción de pueblos y territorios. Palabras que,
desgraciadamente, se convierten a menudo en acciones bélicas de cruel violencia. He aquí
por qué se ha de rechazar toda retórica belicista, así como cualquier forma de propaganda
que manipule la verdad, desfigurándola por razones ideológicas. Se debe promover, en
cambio, en todos los niveles, una comunicación que ayude a crear las condiciones para
resolver las controversias entre los pueblos.
En cuanto cristianos, sabemos que es precisamente la conversión del corazón la que
decide el destino de la paz, ya que el virus de la guerra procede del interior del corazón
humano.[6] Del corazón brotan las palabras capaces de disipar las sombras de un mundo
cerrado y dividido, para edificar una civilización mejor que la que hemos recibido. Es un
esfuerzo que se nos pide a cada uno de nosotros, pero que apela especialmente al sentido
de responsabilidad de los operadores de la comunicación, a fin de que desarrollen su
profesión como una misión.
Que el Señor Jesús, Palabra pura que surge del corazón del Padre, nos ayude a hacer
nuestra comunicación libre, limpia y cordial.
Que el Señor Jesús, Palabra que se hizo carne, nos ayude a escuchar el latido de los
corazones, para redescubrirnos hermanos y hermanas, y desarmar la hostilidad que nos
divide.
Que el Señor Jesús, Palabra de verdad y de amor, nos ayude a decir la verdad en la caridad,
para sentirnos custodios los unos de los otros.
Roma, San Juan de Letrán, 24 de enero de 2023, memoria de san Francisco de Sales.
Francisco
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[1] Carta enc. Deus caritas est, 31.
[2] Carta ap. Totum amoris est (28 diciembre 2022).
[3] Epístola ap. Sabaudiae gemma, con motivo del IV Centenario del nacimiento de san Francisco de
Sales, doctor de la Iglesia (29 enero 1967).
[4] Mensaje para la LVI Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales (24 enero 2022).
[5] Carta enc. Fratelli tutti (3 octubre 2020), 201.
[6] Cf. Mensaje para la 56 Jornada Mundial de la Paz (1 enero 2023).
[00125-ES.01] [Texto original: Italiano]
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