Enfatizando en la necesidad de la fraternidad y el compromiso cristiano para sanar las heridas de una realidad marcada por la división y el sufrimiento, durante la jornada, desarrollada del 8 al 15 de septiembre, más de 6.000 personas, entre consagrados y laicos, provenientes de 57 países de los cinco continentes, con sus lenguas y culturas, reflexionaron en torno a la importancia de la Eucaristía no solo como un acto de devoción personal, sino como un llamado a transformar la vida de todos, especialmente de los más necesitados.
En esta línea, monseñor José Domingo Ulloa, arzobispo de Panamá y segundo vicepresidente del Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño (Celam), subrayó que la Eucaristía es «vida para que nosotros podamos generar vida en los demás». Según Ulloa, la celebración eucarística no puede quedar en un rito, sino que debe traducirse en acciones concretas de amor y servicio hacia los pobres y marginados.
El prelado destacó que uno de los mayores aprendizajes del congreso fue la toma de conciencia de que los cristianos estamos llamados a ser «pan vivo», es decir, a ofrecer nuestra vida como alimento para los demás, tal como Jesús lo hizo en la Última Cena. Enfatizó que vivir la Eucaristía implica no solo comulgar, sino también convertirse en presencia viva de Cristo en el mundo, especialmente al «tocar la carne del Cristo vivo» en los más vulnerables.
En su doble rol como arzobispo de Panamá y vicepresidente del Celam, monseñor Ulloa ofreció una reflexión profunda sobre el papel de la Iglesia en América Latina y el Caribe. Según él, la región debe asumir la Eucaristía como el centro de su vida comunitaria, pero sin caer en la mera celebración ritualista. Llamó a los fieles a llevar la Eucaristía a todos los ambientes sociales, políticos y económicos, afirmando que el verdadero cristiano debe ser «otro Jesús» en su día a día.
El arzobispo subrayó que la fraternidad es un valor esencial que la Iglesia debe promover para sanar las divisiones sociales. En un mundo donde las diferencias muchas veces se ven como barreras, Ulloa recordó que «el distinto no es mi enemigo, sino mi hermano», y que la unidad en la diversidad es uno de los mayores desafíos y regalos que la Eucaristía ofrece.
Monseñor Ulloa también resaltó la necesidad de rescatar el valor de la Eucaristía como un «acto de amor». Para él, la Eucaristía es una «locura de amor», donde Dios se hace cercano y presente en nuestras vidas, invitándonos a hacer lo mismo por los demás. En este sentido, el Congreso exhortó a los participantes a comprometerse con la construcción de una sociedad más justa y fraterna, donde el amor y el servicio sean las principales herramientas para sanar las heridas sociales.
El 53° Congreso Eucarístico Internacional dejó un llamado claro para la Iglesia y para los fieles de todo el mundo: la celebración de la Eucaristía no puede quedarse solo en los altares. Debe convertirse en un motor de transformación social, donde cada cristiano sea un constructor de fraternidad, llevando el amor de Cristo a todos los rincones.
«La Eucaristía vivida debe ser el centro de la vida cristiana y de cada una de nuestras comunidades», precisó monseñor Ulloa, instando a los fieles a que, con la misma devoción con que adoran a Jesús en el Santísimo, se arrodillen ante sus hermanos para sanar sus heridas a través del amor.