Locales: Homilía de Mons. Luis Urbanc en la Misa en la Gruta
02/12/2019
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Queridos devotos y peregrinos: Nos encontramos congregados en el lugar histórico donde la Madre Celestial se ha manifestado a nuestros antepasados y se ha comprometido a acompañarnos en la dulce y confortadora alegría de evangelizar, de anunciar a Jesucristo, el Salvador de la humanidad.
Para esta celebración especial en la Gruta he elegido el esquema de la Misa dedicada a la “Bienaventurada Virgen María, Causa de nuestra Alegría”. (Fuente: Prensa Obispado Catamarca)
La primera lectura del profeta Zacarías (2,14-17) nos pone en la tónica de la alegría: “Alégrate y goza, Hija de Sión que Yo vengo a habitar dentro de ti” (Zac 2,14). Y nosotros nos alegramos porque estamos de fiesta por los 400 años de la presencia de la Virgen María en nuestro valle, cuyo amor por sus hijos comenzó en este lugar. En otro pasaje la Palabra de Dios también nos dice: “Alégrense siempre en el Señor. Vuelvo a insistir, alégrense… No se angustien por nada, y en cualquier circunstancia, recurran a la oración y a la súplica, acompañadas de acción de gracias, para presentar sus peticiones a Dios” (Filp 4,4.6).
Las celebraciones y las fiestas son parte irrenunciable de la vida humana. Necesitamos celebraciones, fiestas, rituales para expresarnos y desarrollarnos plenamente. Lo que no se expresa, ni se comunica, ni se celebra, o no existe en la realidad o termina muriéndose. Sin fiesta no se puede vivir. Cuando faltan las celebraciones, la vida pierde sabor y sentido, conciencia y lucidez. Pero, también, particularmente en el campo de la experiencia religiosa, si cuando hacemos una fiesta faltan la vivencia y las convicciones que tienen que ver con esa fiesta, la celebración puede convertirse en un ritual artificial y vacío de contenido, una apariencia hipócrita, incapaz de darnos la alegría que necesitamos y buscamos. Como nos enseña Jesús: hacer las cosas “en espíritu y en verdad” (Jn 4,24).
Cuando quienes hacemos una fiesta somos creyentes, y mucho más si es una “fiesta en honor de la Virgen”, el componente religioso está en la raíz misma de la fiesta y constituye su razón fundamental. Para quienes hemos conocido y creído en Dios, tener fe implica reconocer y agradecer que todo lo que somos y tenemos, todo lo que podemos y sabemos, lo hemos recibido de Dios por los medios y las personas que Él haya querido poner en nuestro camino. Para un verdadero creyente, la vida y la fe caminan juntas. Cuando hacemos una fiesta, incluimos en ella las celebraciones religiosas para poner de manifiesto nuestro reconocimiento de que “en Dios somos, nos movemos y existimos” (Hch 17,28) y de que Él es “origen, guía y meta del universo”. En último término, todo lo hacemos para la “gloria de su Nombre”. En buena lógica, para el creyente, también los actos festivos, no específicamente religiosos, si no van contra la ley de Dios, son actos de culto, de aquel culto espiritual y razonable del que nos habla san Pablo cuando dice “glorificad a Dios con vuestra vida”. Todos los valores de la fiesta: lo artístico, la convivencia, el folklore, el baile, el deporte… son agradables a Dios. Como dice San Pablo: “Ya coman, ya beban o hagan cualquier otra cosa, háganlo todo para gloria de Dios” (1Cor 10,31), y a Dios se le da gloria cuando se somete todo a su voluntad.
Nosotros vamos a estar de fiesta desde este 8 de diciembre hasta el 8 de diciembre del 2020, como en el 2010 por los 100 años de la Diócesis, porque estamos alegres, porque tenemos algo bueno que celebrar. En sí misma, la Bajada de la Virgen, se ha convertido para los catamarqueños en un acontecimiento en el que revivimos la historia y la vida de nuestro pueblo, una historia y una vida llena de fe y tradición cristiana, llena de costumbres y valores culturales, llena de trabajo y esperanza en el futuro, llena de amor a lo nuestro y de apertura al mundo. Una historia de la que nos sentimos muy orgullosos y en la que siempre ha estado presente la Virgen del Valle, y de la que ella misma ha sido protagonista con su amparo y protección. Sí, la Virgen ‘Morenita’, ha puesto su corazón en nuestra historia y ha contribuido a configurar nuestra identidad, ella ha sido y es bendición para todos nosotros pues, por su medio, “el Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres” (Salmo 126,3). La Fiesta de “La Bajada” es en honor de la Virgen María; ella es la causa de nuestra fiesta y de nuestra alegría.
Sí, mis queridos hermanos, la felicidad es una necesidad fundamental del ser humano. El anhelo de ser feliz está arraigado en lo más profundo de nuestro corazón. De hecho, la alegría es un elemento constitutivo de nuestra condición humana: existimos para ser felices. Dios, al crearnos, ha puesto en nosotros la capacidad de buscar y sentir la felicidad. Ya lo decía Aristóteles: “La persona humana está creada para la alegría, no se puede vivir largo tiempo sin alegría”. Y el propio Beethoven, en el cuarto movimiento de su Novena Sinfonía, proclama los excelentes frutos que produce la alegría: “¡Alegría!,… Tu hechizo vuelve a unir lo que el mundo había separado, todos los hombres se vuelven hermanos allí donde se posa tu ala suave”.
La experiencia cotidiana nos demuestra que en todo lo que hacemos, en último término, sólo buscamos sentirnos bien y ser felices.
Entre los elementos que configuran “una vida feliz”, la alegría ocupa un lugar preeminente. Ésta es uno de los sentimientos fundamentales del alma humana y la experimentamos cuando encontramos satisfacción ante la posesión de un bien conocido y amado. También produce alegría la esperanza cierta de conseguir ese bien, aunque todavía no lo hayamos obtenido. Cuando la Palabra de Dios nos dice: “que la esperanza los tenga alegres”(Rom 12,12), está indicando que la esperanza es una fuente de alegría que dinamiza la vida y nos pone en tensión hacia la búsqueda del bien. La alegría es un estado de ánimo que presupone gozo interior, regocijo, satisfacción, dicha y júbilo. Esto es lo que vemos exactamente en la Virgen María cuando dice: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador” (Lc 1,47), y lo mismo Isabel: “En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre” (Lc 1,44).
La alegría es un bien del que todos debemos disfrutar constantemente, debe ser una cualidad permanente de nuestra vida. En el libro del Eclesiástico leemos: “No te dejes llevar por la tristeza, ni dejes que tus pensamientos te atormenten. Un corazón alegre es la vida del hombre, y la alegría le alarga la vida. Sosiega tu espíritu, y consuela tu corazón; aleja de ti la tristeza, porque la tristeza ha perdido a muchos, y ningún provecho se saca de ella. La envidia y la ira abrevian los días, y las preocupaciones hacen envejecer antes de tiempo. El corazón radiante tiene buen apetito: le aprovecha todo lo que come” (Eclo 30,21-25).Todos apreciamos la alegría como un bien necesario y valoramos positivamente a las personas alegres. Sin embargo, experimentar la alegría constituye un desafío para las personas en la sociedad moderna. Tenemos la experiencia de que la alegría es escurridiza. Por un momento la tenemos, y de pronto, se nos va. Vivimos en un mundo lacerado por profundas divisiones y rupturas, donde la abundancia de rostros sombríos, son un elocuente testimonio de la profunda desesperanza y tristeza por la cual atraviesan muchos hombres y mujeres de hoy. A pesar de todas las posibilidades de “bien-estar” que nos ofrece la sociedad, ya no es tan fácil encontrar la alegría. De hecho se ha vuelto, más bien, excepcional. Este es un indicativo del déficit de calidad humana en que se encuentran las personas y la sociedad actual. La falta de alegría es señal de “enfermedad”, de que algo no va bien en la vida de la persona.
Ya lo decía san Pablo VI, en un magnífico documento dedicado a la alegría, “Gaudete in Domino” (Alegraos en el Señor): “La sociedad tecnológica ha logrado multiplicar las ocasiones de placer, pero encuentra muy difícil engendrar la alegría. Porque la alegría tienen otro origen. Es espiritual. El dinero, el confort, la higiene, la seguridad material no faltan con frecuencia; sin embargo, el tedio, la aflicción, la tristeza forman parte, por desgracia, de la vida de muchos. Esto llega a veces hasta la angustia y la desesperación que ni la aparente despreocupación ni el frenesí del gozo presente o los paraísos artificiales logran evitar”.
Todos queremos ser felices, pero, lamentablemente, son muchos los que, equivocadamente, buscan la felicidad en las múltiples ofertas de la cultura de la muerte: El consumismo, la búsqueda desordenada del placer por el placer, el tener buena imagen a base de lujos y riquezas, el hacer lo que me apetece a toda costa, la ambición del poder, el hedonismo… son tan sólo algunos signos de lo que la sociedad nos ofrece como sucedáneos a nuestra sed de alegría. Sin embargo, “la alegría tiene origen espiritual”. La inutilidad de estas propuestas es proporcional al vacío y frustración que dejan en el hombre. La alegría puramente mundana es superficial, transitoria, vacía e incapaz de colmar de verdadero gozo el corazón humano. Y no puede ser de otra manera, pues la falsa alegría que ofrece la cultura actual está fundada en aspiraciones de poder, de tener y de placer, las cuales alienan al ser humano de lo más profundo de sí mismo y del recto sentido de su vida y, por lo tanto, de su plena realización personal. Como decía el gran literato alemán Goethe: “Lo que convierte la vida en alegría no es hacer lo que nos gusta, sino que nos guste lo que debemos hacer”.
“Estar siempre alegres” no es algo que surge por casualidad, ni es un mero sentimiento sensiblero, ni depende de “eventos placenteros” que van y vienen. “Estar siempre alegres” supone una tarea, un ponerse manos a la obra para buscar, elegir y realizar aquello que realmente produce alegría. No se trata del entusiasmo pasajero, sino del gozo íntimo y profundo que, más allá de las circunstancias, nos acompaña en nuestro camino y nos permite estar siempre alegres, incluso en la tribulación. La alegría no se impone desde fuera sino que brota de dentro, cuando el alma está abierta a Dios, cuando se lucha por algo que valga la pena. En este sentido, la Virgen María aparece ante nosotros no sólo como modelo de persona que supo vivir siempre alegre, dichosa y feliz en medio de las borrascas de la vida, sino también como aquélla que es “causa de alegría” para los demás.
¡¡¡Nuestra Madre del Valle, ruega por nosotros!!!
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