En primer
lugar, veamos el mensaje de la fiesta del Bautismo del Señor.
En la
segunda lectura, tomada de la primera carta de San Juan 5,1-9, el autor destaca
dos virtudes centrales en la vida del bautizado: la fe y el amor, y sus
antagonistas: la incredulidad, que es el gran «pecado del mundo», y
el odio a
los hermanos, pues el que odia camina en las tinieblas y en el error (cf. 1 Jn
2,4-9). En consecuencia, podemos afirmar que toda la moral joánea se resume en
dos palabras: «en la verdad y en el amor» (2 Jn 4), o «en la fe y en la
caridad». «Ésta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe» (1Jn 5,4).
Por eso, los bautizados, para alcanzar la victoria contamos con el testimonio y
la ayuda de Jesucristo, quien obra en el cristiano por medio del agua
(Bautismo), la sangre (Eucaristía) y el Espíritu (Gracia).
El texto del
Evangelio (Mc 1,7-11), por su parte, nos ubica en la fiesta del Bautismo de
Jesús.
Consta de
dos partes: la predicación de Juan el Bautista (1,7-8) y el Bautismo de Jesús
(1,9-11). La predicación del Bautista nos lleva a Jesús, presentado como el más
fuerte, y que nos bautizará en el Espíritu, en contraposición al bautismo con
agua, impartido por Juan.
La segunda
parte, consta de dos escenas consecutivas: el hecho del bautismo de Jesús (v.
9), y lo fundamental que es la manifestación divina o teofanía (vv.
10-11).
Esta
teofanía del Bautismo nos coloca ante el mismísimo Misterio de la Santísima
Trinidad: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Los Tres se hacen presentes en
el Jordán, visibles o audibles a Jesús, a los allí presentes y a nosotros, hoy.
La relación de la persona de Jesús como Hijo con el Padre y el
Espíritu es
Eterna, pero desde la Encarnación ha entrado en el tiempo y se manifiesta ahora
a la humanidad asumida en Jesús. En Navidad, junto al Niño Jesús, veíamos a su
Madre y a San José, su familia humana. Hoy se nos revela su Familia Trinitaria,
el Padre y el Espíritu en comunión con el Hijo hecho hombre en Jesús.
El día del
Bautismo del Señor, con que concluye el tiempo de Navidad, se recuerda no
solamente el bautismo de Jesús sino también el bautismo del cristiano. Por eso,
se nos invita a re-vivir nuestro propio bautismo, ya que en él hemos recibido
la filiación adoptiva por la cual el Padre nos ama como a hijos suyos en su
Hijo Jesús y se complace en nosotros como se complació en Él. Se trata de la
vida de Hijos de Dios que "se nos transmitió el día del Bautismo, cuando
«al participar de la muerte y resurrección de Cristo» comenzó para nosotros «la
aventura gozosa y entusiasmante
del
discípulo» (Benedicto XVI, Homilía en la fiesta del Bautismo del Señor, 10 de
enero de 2010).
Y en nuestro
bautismo hemos recibido también el Espíritu Santo que nos ha ungido como
apóstoles y testigos de Jesús, como sus discípulos y misioneros. La palabra
«cristiano» significa esto, significa consagrado como Jesús, en el mismo
Espíritu en el que fue inmerso Jesús en toda su existencia terrena. Los
bautizados somos «cristianos», es decir consagrados, ungidos”.
Esta unción
y consagración bautismal tiene que notarse.
Ahora me
referiré al gran acontecimiento que estamos viviendo como catamarqueños y
argentinos: el camino a la canonización del venerable siervo de Dios, Mamerto
Esquiú, cuyo primer hito será la ceremonia de su beatificación, el ya cercano
13 de marzo de 2021.
Para esta
ocasión he escrito una breve carta pastoral profundizando en la santidad, que
es la vocación principal de todos los bautizados, y que nuestro querido fraile
y obispo la tomó muy en serio, dejándonos una huella indeleble que nos debe
motivar a hacer lo propio.
También he
dispuesto que desde hoy, hasta el próximo 10 de enero de 2022, se viva en toda
la Diócesis de Catamarca el Año de Esquiú, gozando de los mismos beneficios que
el Papa Francisco nos otorgara con ocasión del Año Universal de san José el
pasado 8 de Diciembre de 2020, sabedores del gran amor y devoción que Fray
Mamerto Esquiú le tenía, pues era el patrono de su parroquia, en Piedra Blanca.
A
continuación compartiré algunos párrafos de la Carta Pastoral, que estará a
disposición de todos en la página web del Obispado de Catamarca.
Comienzo la
carta afirmando: "Dios manifestó al hombre con precisión cuál debe ser el
ideal de su vida al llamarlo a ser santo, como Él, el Señor, es santo (cf. Lv
20,26; 1 Pe 1,15-16); vocación que reiteró Jesús exhortándonos a ser perfectos
como es perfecto el Padre celestial (cf. Mt 5,48) y a buscar primero el Reino
de Dios y su justicia, ya que todo lo demás se nos dará por añadidura (cf. Mt
6,33). Enseñanza divina de la que se hizo eco fiel el Apóstol al escribir que
Dios nos salvó y nos llamó a una vida santa (cf.2 Tim 1,9), mientras nos
animaba a buscar la santidad, sin la cual nadie verá al Señor (cf. Hb 12,14).
Y no ha de
pensarse que esta sublime vocación está reservada tan sólo a unos pocos
elegidos, sino que se extiende a todas las personas, ya que Dios hizo salir de
un solo principio a todo el género humano para que habite sobre toda la tierra,
y señaló de antemano a cada pueblo sus épocas y sus fronteras, para que ellos
lo busquen a Él, aunque sea a tientas, y puedan encontrarlo. Porque en
realidad, Él no está lejos de
cada uno de
nosotros. En efecto, en Él vivimos, nos movemos y existimos (cf. Hch 17,26-28;
Rom 3,29).
Sin embargo,
no todos aceptan la Buena Noticia de esta vocación a la santidad que resuena
por todo el orbe a través de la palabra profética de los evangelizadores,
quienes a menudo ven frustrados sus santos propósitos y exclaman con Isaías:
“Señor, ¿quién creyó en nuestra predicación?” (Is 53,1; Rom 10,16)".
"Mamerto
Esquiú es uno de aquéllos que, escuchando la voz de Jesús, lo dejó todo para
seguirlo (cf. Lc 5,11), ya desde el
comienzo de su vida, en el seno de su familia. Allí, entre sus seres queridos,
aprendió a escuchar y a amar a Jesús, aprendiendo al calor del hogar que la humildad,
la ternura, la dulzura en el trato mutuo, el amor a los propios y la entrega a
Dios son el fundamento de una vida con sólidos fundamentos. Entre los suyos,
creció y se fortaleció como persona humana y como hijo de Dios, mientras la
gracia del Señor obraba secretamente en su corazón, al abrigo de San Francisco
de Asís, cuyo amor habían cultivado en él sus piadosos padres Santiago y María.
Luego
intensificó su entrega ingresando a la Orden Franciscana, donde profesó los
votos religiosos de pobreza, castidad y obediencia que siempre observó con
rigor, escuchando e imitando a Jesús, quien no tenía una piedra sobre la cual
reposar su cabeza (cf. Mt 8,20), proclamaba felices a los limpios de corazón
(cf. Mt 5,8) y se nutría con el cumplimiento de la voluntad de Aquél que lo
envió llevando a cabo su obra (cf. Jn 4,34)".
"Hombre
de Dios como religioso, sacerdote y obispo, defendía la libertad y los derechos
de la Iglesia en la obra evangelizadora (cf. Gal 1,10; 5,1; Flp 1,27-28) para
que a nadie le sea vedado el acceso al mensaje del Señor y la posibilidad de
unirse a Él por la fe, mediante la regeneración de la propia existencia por el
bautismo, y, así participar comprometidamente en el gozo de ser Iglesia,
viviendo en docilidad al Espíritu Santo, y empapando su alma del misterio de
Cristo, en el cual están encerrados todos los tesoros de la sabiduría y de la
ciencia (cf. Col 2,2-3)".
"Como
no hay vida espiritual auténtica sin oración, dedicaba mucho tiempo al rezo de
las Horas y a los ejercicios piadosos, especialmente el Santo Rosario y las
prácticas de devoción a San José, habiendo compuesto un Novenario al
Sacratísimo Corazón de Jesús “para darle mayor culto en recompensa de su amor,
y en desagravio de las muchas ofensas que le hacen los mortales” (cf.
Memorias). La devoción a María Santísima impregnó asimismo su alma, para ir de
la mano de la Madre hacia el Corazón de Hijo, como lo dice reflexionando acerca
de una carta que le escribió su hermano Odorico: “María, Madre de Dios y de los
hombres, haced que este tan querido hermano y yo y todos los que me aman nos
unamos a la voluntad y amor de tu Hijo Santísimo” (cf. Memorias)".
También
"Iluminó el orden temporal y promovió la vida cultural con la luz del
Evangelio de Cristo, único Redentor del hombre, defendiendo y promoviendo la
dignidad humana, la paz y la justicia, especialmente en nuestra patria, a la
cual amaba entrañablemente, en la cual asumió deberes cívicos sin detrimento de
su vida religiosa y de la cual llegó a decir: “¡República Argentina! ¡Noble
patria! ¡Todos tus hijos te consagramos nuestros sudores, y nuestras manos no
descansarán, hasta que te veamos en posesión de tus derechos, rebosando orden,
vida y prosperidad! Regaremos, cultivaremos el árbol sagrado, hasta su entero
desarrollo; y entonces, sentados a su sombra, comeremos sus frutos” (Serm.
“Laetamur de gloria vestra”).
Con estos
pensamientos los invito a que continuemos con nuestra celebración de la Misa
Dominical. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.