José, pertenecía a ese resto fiel de Israel, los ANAWIN, los pobres,
aquellos que esperaban la llegada del mesías a pesar de las adversidades y de
ser considerados un pueblo débil, atacado y hostigado por muchas naciones en
aquellas épocas. Junto a María, son testimonio de que en el pobre y el débil es
fuerte la gracia de Dios y vaya si lo fue ante tantas adversidades por las que
pasaron: los comentarios de los pueblerinos de su aldea, el nacimiento en el
pesebre, la huida a Egipto, etc.
Y así fue como José, junto a María, dialogando y guardando cada cosa
que vivían en el corazón fueron tejiendo la historia de la salvación, y hoy,
con nosotros, sus hijos en la iglesia la continúan tejiendo. ¿No es acaso un
gran tiempo de gracia que, luego de un año mariano tengamos un año de San José
para seguir tejiendo la historia de la salvación de Dios?
Éste es un año particular para que ellos nos sigan “educando en el
servicio” y nos ayuden a traducir el amor en las obras y digo ellos porque San
José cobra sentido en la medida que lo vemos unido al misterio de la salvación
en Jesús y María. La figura de José cobra relevancia en la medida que se define
desde el otro y qué otros: Jesús y María, pues su vida fue silenciosamente
contemplativa de ellos, su vida fue silenciosamente contenida por ellos, su
vida maravillosamente transformada por ellos.
Que San José nos ayude a descubrir en la vinculación con EL OTRO y los
otros, un espacio salvífico desde la cotidianidad.