Tal vez no nos pusimos a penar que, en aquel tiempo, todas las
familias ansiaban que de sus linajes naciera aquél que salvaría a Israel. Y
este hombre humilde de Nazaret no reclamó absolutamente nada para sí sino estar
solamente al servicio de Jesús y de María.
Le pedimos a San José que nos ayude a ser misioneros del que es vida y
la da en abundancia, ser misioneros en nuestros hogares, en nuestros lugares de
trabajo, con nuestros vecinos, así como lo fue él en la vida oculta de Nazaret
o en su huida fugaz a Egipto. Él sí que fue testigo y recibió esa vida en
abundancia que les trajo Jesús a la familia.
San José es la imagen de un Padre totalmente alejada del paradigma del
patriarcado de aquella época o del actual. Un integrante más de la familia, un
hombre que logró, con su aceptación de la voluntad de Dios, que toda la
humanidad se pudiera sentar en la mesa de la salvación que nos ofrecía el
nacimiento de Jesús. Hoy San José es el paradigma de todas esas personas que,
en silencio, se esfuerzan para que todos puedan tener un plato de comida en sus
mesas.
San José es el Santo Varón que puso todo de sí para el bien de su
familia, para el bien de toda la humanidad; con María, nos pusieron el pan de
vida en la mesa de la vida y en ellos, con ellos y por ellos, la vida se hizo
fiesta.
Le pedimos a María, bajo la advocación de la Candelaria, que nos ayude
a admirar y amar, como ella lo hizo, la “Luz de Jesús” que brilló en San José.
Y le pedimos, particularmente los varones, que haga nuestro corazón semejante
al suyo, consagrado totalmente a Dios y a la familia.