Que nuestro corazón esté inquieto no quiere decir otra
cosa que busca el sano equilibrio entre lo teológico y lo psicológico. Queremos
decir con esto que tenemos que aprender qué pedirle a nuestra psicología y qué nos
enseña la Palabra para ser salvos y vivos en profundidad.
En esta cuaresma y a la luz de su Palabra, como
pedimos el miércoles de ceniza (Dejarnos alcanzar por la Palabra) debemos contemplar
seriamente a Jesús y pedirle que ilumine los rincones de nuestro corazón para
que dejemos de llamar demonio externo a problemas de nuestra conducta o pecado
a una debilidad psicológica. Es muy importante discernir esto. También en el ámbito
de los “bueno”, por así decirlo. Que Jesús nos ayude a dejar de llamarle bondad
personal a esconderse en la Iglesia sin comprometernos o incluso oración
profunda a un escape de la realidad.
Pero tranquilos. La Palabra reza en algún momento en
los salmos: “absuélveme, Señor de lo que se me oculta… de lo que no veo… de lo
inconsciente”. Mirá qué profundo y lindo. Si el Señor puede librarte de todo lo
que no ves, es porque te hizo, te ama y te conoce. Nosotros necesitamos
discernir quien en Dios y quien es uno mismo (quien soy yo en mi), en mi propia historia.
Llorar quiero mis culpas humillado,
Y buscar para mis males dulce olvido
En la herida de amor de tu costado.
Quiero tu amor pagar, agradecido,
Amándote cual siempre me has amado
Y viviendo contigo arrepentido. Amén.
Que nuestro corazón se humille ante la majestad de su
misericordia. Siempre seremos pecadores, siempre. Que no se nos corrompa el
corazón por dejarnos estar en el mal.