“En el libro de la Sabiduría se afirma que «los pensamientos de los mortales son frágiles, e inseguros nuestros razonamientos». De esto era muy consciente Esquiú… ¡Qué importante es aceptar que los seres humanos no somos omnipotentes ni omniscientes! Que necesitamos de la luz del Espíritu Santo para poder obrar con sabiduría y provecho”, aseguró.
Refiriéndose al pasaje del Evangelio que se había leído, analizó: “Comienza con unas palabras enigmáticas, casi escandalosas, que parecen contradecir, no sólo el espíritu del Evangelio mismo, centrado todo él en el mandamiento nuevo del amor, sino, incluso, los mandamientos de la ley de Dios, que, en el cuarto de ellos, nos mandan honrar padre y madre. Estos versículos 26 y 27 de Lucas cap. 14, han marcado la vida de fray Mamerto. Al exponer las condiciones para ser discípulos suyos, Jesús dice que para ello es preciso amarlo a Él más que al padre, a la madre, a la mujer (marido), a los hijos, hermanos y hermanas, incluso a sí mismo”.
En este sentido señaló más adelante que “poner a Jesús en el primer lugar y preferirle por encima de todo significa valorar más el tesoro de la relación, de los vínculos familiares, de la amistad, etc., que nuestras aficiones o ideas particulares, la razón que creemos tener, o la fortuna grande o pequeña que tanto nos tienta, pero que no nos podremos llevar a la tumba”.
“La renuncia a todos los bienes no significa que todos, ni siquiera la mayoría, hayan de despojarse de todo lo que tienen para poder ser cristianos, sino que también debemos anteponer nuestra fe en Jesús a todo interés material, a todo egoísmo que grava e impide nuestra capacidad de amar”, explicó el Obispo.
Por último, habló de la segunda lectura proclamada. “En la carta de Pablo a Filemón, constatamos que gracias a esa preferencia por Cristo nuestra capacidad de amar se amplía infinitamente, supera toda barrera y alcanza a todos. En Cristo, el Hijo de Dios, comprendemos que todos los hombres, sin excepción, son de verdad, sin eufemismos, hermanos nuestros. (…) Y ahí vemos con toda claridad, con toda su fuerza, hasta qué punto preferir a Cristo por encima de todo es el mejor modo de amar a todos con un amor puro y un corazón indiviso, de superar barreras y conflictos, y de poner las bases para un mundo nuevo y fraterno”.
Así, concluyó afirmando: “Por tanto hermanos no dejemos de ver en el Beato Mamerto Esquiú a un verdadero y apasionado intérprete de las enseñanzas y ejemplos de Jesús, el Maestro y Salvador del Mundo. Invoquémoslo para que nos ayude a amar y servir a los hermanos más necesitados como él se empeñó en hacerlo en toda ocasión”.
Luego de la celebración eucarística, los fieles se acercaron a tomar gracia de las sagradas imágenes del Señor de los Milagros -que antes de la celebración llegó también en caravana desde su santuario de La Tercena-, Nuestra Madre del Valle y el Beato Mamerto Esquiú.
Unos minutos después, con el sonido de las campanas de fondo, la Madre del Valle regresó a su Santuario por ruta N° 41, pasando por la Ermita, en territorio de la parroquia San Isidro Labrador, que celebra los 400 años de la canonización de su Santo Patrono.