Sin embargo, recuerdo que sentí
un hondo dolor de corazón. Profundo y a la vez percibido como imbatible.
Ése dolor de ser argentino, saberse viviendo en un país que odia y no procura -
ni consigue por ende jamás - ni la paz, ni la justicia ni la concordia, y
que mi primera reflexión fue pensar "por qué!"?
Por qué hemos sido capaces de instalar
la grieta "en ROMA, y desde ROMA en la persona de FRANCISCO, para el
mundo"?
A tanto llega nuestro odio? Tan
imposible es la posibilidad real de la reconciliación?
Y al mismo tiempo: tan imposible es no
hacer visible en los salones vaticanos agasajos y recepciones de personas
indignas de la función pública que ejercen? incluso muchas de ellas hoy
condenadas por corrupción y robo? Tan difícil es sobrellevar en silencio y
dolor (como sobrellevamos la otra mitad de los argentinos, de los que no nos
reímos con FRANCISCO y CFK a las carcajadas, porque vemos, conocemos y vivimos
una realidad de nación destrozada y enfrentada) esta cruz tan pesada?