El obispo electo de Rawson, monseñor Roberto “Chobi” Álvarez, destacó los valores democráticos del pueblo argentino, en un artículo publicado en el diario La Nación en el marco de los 40 años de democracia.
“En este punto del camino, en este remanso de esta escarpada subida para ser patria, somos muchos los que nos admiramos ante los valores democráticos de nuestro pueblo”, sostuvo.
“Nos reconocemos en ese sentimiento dominante de enojo, de fastidio por la infinidad de oportunidades perdidas, por una democracia que participa las penas, pero se reserva los favores sólo para algunos. Sin embargo, miramos al costado y también descubrimos en los ojos de tantos, de casi todos, un anhelo de Patria, de casa común, de mesa donde haya lugar para todos”, valoró.
Monseñor Álvarez expresó, en nombre propio y de muchos, el orgullo de ser parte del pueblo de la Nación Argentina que “ha vivido cuarenta años ininterrumpidos de democracia, lo ‘felicitamos’ y en él queremos reconocernos”.
“Admirados por su fuerza, con él soñamos que esta ‘tierra de nuestros padres’ sea ocasión de felicidad para todos los que la habitan; aspiramos y nos comprometemos a reconstruir esta Patria desde los valores que perduran en nuestro pueblo y de los que somos deudores”, puntualizó.
El obispo recordó que “hace dos meses, el Papa Francisco les ha dicho a los jóvenes que caminen, pero que lo hagan hacia adelante, que sepan discernir para no perderse en un laberinto; lo hizo en ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud cuyo lema –referido a la Virgen María– era ‘se levantó y fue sin demora’”.
“Quizás sea el momento de levantarnos para ir sin demora. Quizás esa ‘muchacha humilde de Palestina’ nos marque un camino de servicio que acabe con esta orfandad, un camino largamente sostenido por nuestro pueblo y que precisa de una dirigencia que sin demora nos saque de este laberinto en la que ella misma nos puso”, concluyó.
Texto de la reflexión
Hace ya más de 200 años que recorremos nuestra historia como pueblo constituido en Nación. Dos siglos en los que, con mucho esfuerzo, vemos crecer el sentido de fraternidad. Pero también crece, cada día, otra sensación: la de orfandad. Nos sentimos huérfanos de patria, parafraseando ese poema de Jorge Dragone que tanto le gusta al papa Francisco y que ya citaba siendo el cardenal Bergoglio. Pero no es orfandad de aquella que es cielo y tierra; techo, calle, casa y mesa; sino huérfanos de quienes con entrañas maternas deberían conducirnos hacia un proyecto común que no busque beneficiar sólo los intereses o perspectivas de pocos. Nos sentimos huérfanos de patriotas que se conmocionan, que se les estruja el alma y están dispuestos a entregar la vida, resignar lo propio y hasta perder su patrimonio en pos de ese proyecto colectivo. Sé que soy parte de una iglesia, la católica, y en ella tengo un servicio identificado con la paternidad… pero también soy consciente de que muchas veces hemos contribuido a ese sentimiento?de?orfandad.
Y, de esos 200 años, estamos festejando los últimos cuarenta que hemos vivido en democracia. Un período que comenzó después de tanto dolor y de una guerra, un tiempo que inauguró esa dimensión tan propia de la institucionalidad –elecciones libres, limpias– y que es tan importante como aquella aspiración siempre trunca que nos hace Patria: la de “amar a todos sin excluir a nadie, privilegiando a los pobres y perdonando a los que nos ofenden”, y sumar a los que están al borde del camino con “pasión por la verdad y compromiso por?el?bien?común” como tantas veces oramos.
¿Habrá algo para festejar en este tiempo tan difícil? ¿Será lícito “felicitarnos”? Creo que sí, porque en medio de tanta confusión, división y pelea, hay una “Argentina de a pie”, una que no es complaciente con unos ni combativa con otros. Es la que estudia, trabaja, la que todos los días vuelve a creer que otro futuro es posible; esa que aún sin ser creyente aspira a una felicidad que ve expresada en Jesucristo y en los valores del Reino. Con esa Argentina fraterna, huérfana de una dirigencia patriótica, podríamos hacer un alto en el camino, y en esta empinada subida, llegar a ese monte donde Jesús presenta la gracia de una dicha compartida y, mirando lejos y profundo, nos dice: ¡Felices! (Mt 5, 1-10)