Por eso, es bueno que recordemos que básicamente son dos: personal y comunitario, que pueden hacerse en silencio u oralmente; recitando o cantando; de rodillas o de pie; sentados o postrados; en un lugar sagrado, al aire libre, viajando o en el trabajo.
Respecto a la oración personal el mismo Jesús la recomienda: “Tú, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te escuchará” (Mt 6,6); Y, “cuando oren, no hablen mucho, como hacen los paganos: ellos creen que por mucho hablar serán escuchados. No hagan como ellos, porque el Padre que está en el cielo sabe bien qué es lo que les hace falta, antes de que se lo pidan. Ustedes recen así: Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre…” (Mt 6,5-13).
Los cristianos, a ejemplo de Jesús y de sus discípulos, consideramos que la oración es un encuentro con Dios. Pero, ningún signo sacramental ni práctica de piedad tienen sentido sin el espíritu de oración, que equivale a vivir en la presencia de Dios que habla y oye, que ama y pide ser amado. La oración es la respuesta del hombre a Dios, pues lo reconoce como Señor del Universo. Que para nosotros los bautizados es diálogo amoroso con el Padre que está en los cielos, como Jesús lo practicó y enseñó.
Y respecto a la comunitaria nos dice: “Les aseguro que, si 2 de ustedes se unen en la tierra para pedir algo, mi Padre que está en el cielo se lo concederá. Porque donde hay 2 o 3 reunidos en mi Nombre, yo estoy en medio de ellos” (Mt 18,19-20).
Es la que hacemos en compañía de otros bautizados y elevamos al Señor de modo grupal y solidario. Se elevan plegarias y sentimientos al Señor, pero con la participación de otros. Significa la unión con el Señor que se hace presente en la comunidad que le dirige sus plegarias y se pone en actitud de escuchar de forma solidaria y compartida. Es decir, ya no se establece una relación lineal entre el yo y Dios, sino entre el nosotros y el Padre, pero teniendo a Jesús en medio. Así la oración comunitaria supera a la personal. Esta oración es imprescindible en todo grupo de creyen¬tes para que puedan relacionarse entre sí a la luz de la fe y para poder vivir y obrar apostólicamente alimentados por el amor a Dios. La oración es la fuerza aglutinadora de cada grupo y el bálsamo que alivia fatigas, fuego que contagia anhelos y levadura que viabiliza sueños.
Sin embargo, también Jesús quiso que su Madre Santísima se elevara en la Iglesia como cauce para el encuentro con Él. Por eso los cristianos siempre se han dirigido a Ella con amor filial y confianza plena. Todos acuden a Ella en momentos de especial importancia o dificul¬tad. María, es para los cristianos modelo y apoyo. Ella nos puede enseñar a buscar y aceptar en la oración la voluntad de Dios, incluso cuando no entendemos nada de lo que nos está ocurriendo. Su palabra es el modelo: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu pala¬bra” (Lc 1,38). Ella da luz y fuerza. Misteriosamente está presente en la mente y en el corazón. Ella nos enseña a decir: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador” (Lc 1,46-47). Toda su vida es modélica: “María conservaba todas estas co-sas en su corazón y las meditaba” (Lc 2,19).
En la primera lectura de Isaías encontramos al rey Ajaz que está pasando por un dramático momento ante una inminente guerra y se refugia en la oración. Dios lo escucha, pero no al modo como nosotros querríamos; de allí que no quiere pedir a Dios nada, alegando que no quiere tentarlo (Is 7,12); sin embargo, Dios por su cuenta hará una gran revelación: “¿no les basta cansar a los hombres, que cansan incluso a mi Dios? Pues el Señor, por su cuenta, les dará un signo. Miren: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, Dios con nosotros” (Is 7,13-14). Y así, 600 años antes ya se preanuncia la Encarnación del Hijo de Dios.
En la oración, tanto personal como comunitaria, debemos aprender lo que nos enseñan, hoy, el Salmo 39, el texto de Hebreos 10,4-10 y el de Lucas 1,38: “Hacer la voluntad de Dios”, puesto que ese es el camino que nos lleva hacia la madurez cristiana de la fe, la esperanza y el amor.
Querida Madre del Valle, ayúdanos a ser y a obrar como Tú ante los acontecimientos más desconcertantes que se nos presentan, sabiendo confiar a Dios y en Dios, que por medio del Espíritu Santo viene a nosotros para sostenernos, iluminarnos y fortalecernos, frente a lo que nos parece imposible de enfrentar, superar o tener que vivir. Que, como Tú, tengamos el valor de decir siempre a Dios: “Hágase tu Voluntad”. Amén
¡¡¡Viva el Hijo de Dios hecho hombre!!!
¡¡¡Viva la Virgen del Valle!!!