Por otro lado, los padres cristianos, por su dignidad y misión, son verdaderos maestros de oración, por lo cual tienen el deber específico de educar a sus hijos en la plegaria, de introducirlos progresivamente al descubrimiento del misterio de Dios y del coloquio personal con Él, de modo que los hijos aprendan desde los primeros años a conocer y a adorar a Dios y a amar al prójimo según la fe recibida en el bautismo.
Ahora bien, el elemento fundamental e insustituible de la educación a la oración es el ejemplo concreto, el testimonio vivo de los padres; sólo orando junto con sus hijos, el padre y la madre, mientras ejercen su propio sacerdocio real, calan profundamente en el corazón de sus hijos, dejando huellas que los posteriores acontecimientos de la vida no lograrán borrar. Escuchemos de nuevo la llamada que hacía san Pablo VI a las madres y a los padres: “Queridas madres ¿enseñan a sus hijos las oraciones del cristiano? ¿Preparan, de acuerdo con los sacerdotes, a sus hijos para los sacramentos de la confesión, comunión, confirmación? ¿Los habitúan, si están enfermos, a pensar en Cristo que sufre? ¿A invocar la ayuda de la Virgen y de los santos? ¿Rezan el rosario en familia? Y ustedes, padres, ¿suelen rezar con sus hijos, con toda la comunidad doméstica, al menos alguna vez? Su ejemplo, en la rectitud del pensamiento y de la acción, apoyado por alguna oración común vale una lección de vida, vale un acto de culto de un mérito singular; llevan de este modo la paz al interior de los muros domésticos. Recuérdenlo siempre, pues así edifican la Iglesia.
Querida Madre del Valle, estamos seguros, que, cuando estuviste acompañando a tu Hijo en su pasión y al pie de la cruz hasta que expiró, como también hasta la noticia de su resurrección, has estado recogida en profunda oración, unida a la Voluntad de Dios con una fuerte esperanza de que todo lo anunciado por las Escrituras y por el mismo Jesús, se cumpliría. Por eso, te pedimos que nos consigas la gracia de que cada uno de tus devotos hijos también podamos estar firmemente animados por la virtud de la esperanza y experimentar que Dios Padre no abandona jamás a sus hijos que clamamos, noche y día, por ayuda, consuelo y soluciones a los desafíos que nos pone el peregrinar por este mundo. Sobre todo, presta atención esponsal y materna a nuestras familias para que en todas reine la paz, el diálogo, la armonía y la confianza, sostenidas por una asidua vida de oración y en Gracia, lectura orante de la Palabra de Dios, praxis sacramental y exquisita caridad para con los más necesitados.
Que los jóvenes se preparen a celebrar el sacramento del matrimonio habiendo descubierto el llamado que el Señor les hace a formar santos y castos matrimonios y, por consiguiente, ejemplares hogares donde reine el amor de Dios y el sincero propósito de ser misioneros de la Misericordia Divina, vivida y celebrada en la intimidad de sus familias.
Que las familias cristianas cultiven generosamente y oren con confianza para que niños y jóvenes valoren el llamado a la vida sacerdotal y consagrada, y estén dispuestos a entregar su vida al servicio del Reino de Dios con entera disponibilidad y santidad de vida.
Y que las familias cristianas estén integradas por ciudadanos de vida íntegra y competentes en sus trabajos. Además, que sean conscientes del ineludible rol que desempeñan para sanar las heridas que va abriendo, cada vez más, la cultura del descarte, el utilitarismo y la generalizada prescindencia de Dios en el corazón de la sociedad, y para ser protagonistas de la tan anhelada civilización basada en el Amor.
¡¡¡Viva la Virgen del Valle!!!
¡¡¡Vivan las Familias!!!