Refiriéndose a los textos bíblicos dijo que “la Palabra de Dios que acabamos de escuchar quiere responder a la súplica que Jesús estará haciendo a lo largo de toda la semana por nosotros. En lo que se llama la oración colecta, Jesús pide para nosotros que Dios Padre configure, conforme nuestros corazones de tal manera que seamos conscientes que somos hijos de Dios; darle esa claridad a nuestros corazones y que realmente estemos contentos de saber que somos hijos de Dios. Porque no basta haberlo escuchado, o saber que es así, sino que nosotros debemos sentirlo profundamente”.
“La segunda lectura -continuó- nos habla de una hermosa reflexión sobre la fe en la Carta a los Hebreos, en el capítulo 11, y nos dice el texto que la fe es la garantía de los bienes que se esperan. Estas dos virtudes, la fe y la esperanza, van muy estrechamente ligadas y son dos virtudes, dos capacidades que nos dio el Espíritu Santo en el bautismo, para que mientras peregrinamos con este mundo tengamos estas certezas, estas verdades, estas realidades presentes, que son las realidades del Cielo, para que sepamos encaminar bien nuestra vida acá en la tierra. Y qué necesaria es la fe cuando ya somos personas con muchas limitaciones, cuando llegamos a la tercera edad, como decimos ahora, necesitamos mucha fe, para poder sobrellevar los límites que nos va presentando la vida y, sobre todo, ir preparándonos para ese encuentro definitivo con el Señor”.
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“Entonces la fe nos da la plena certeza de las realidades que se esperan, que no las tenemos acá sino que las tendremos más allá en el Cielo. No es solamente un aliciente sino una certeza. Nuestra inteligencia necesita certezas, no puede vivir en la ambigüedad. Entonces, Dios nos regala un conocimiento superior al de la inteligencia, que se llama la fe, para que podamos acceder a esas verdades, aceptarlas, vivirlas y que sostengan nuestro peregrinar”, reflexionó.
Y apuntó que “este Año Jubilar tiene como lema: ‘Peregrinos de esperanza’. Peregrinamos con esa esperanza de llegar a esas realidades que nos presenta nuestra fe y que la tenemos que ir alimentando día a día, como dice el apóstol San Pablo en su carta a los Gálatas, con la caridad. Porque el alimento para la fe, fundamentalmente, es el amor, la caridad, amor a Dios, en primer lugar, y amor al prójimo, y de esa manera la fe se mantiene viva. También la fe se alimenta con la Eucaristía y con los otros sacramentos, con la meditación de la Palabra, así se alimentan la fe y se sostiene también la esperanza”.
Asimismo, meditó sobre “la fe de algunos personajes del Antiguo Testamento, especialmente los que llamamos patriarcas, que son Abraham, su hijo Isaac y su nieto Jacob, quienes han vivido en una confianza absoluta en Dios”. En este sentido afirmó que “Dios es el origen y el término de nuestra peregrinación”, enfatizando que “lo único importante en la vida es Dios”.
Hacia el final señaló: “Hoy tengo que tener una fe firme, una fe tan grande que mueva el corazón de piedra que tengo y lo transforme en un corazón de carne. Hoy tengo que tener una esperanza viva de que voy a encontrarme con el Señor; y hoy voy a amar con todo mi corazón a las personas que tengo a mi lado”.
Luego de la Comunión y de la bendición final, todos juntos alabaron a Santísima Virgen María con el canto, concluyendo así una fervorosa jornada jubilar.