Bienvenidos todos a esta sentida y central celebración eucarística, que reciban de Dios, Padre Providente, todas las gracias que necesitan para poder seguir peregrinando con fe, esperanza y amor hacia su paternal, misericordioso y definitivo abrazo en la Eternidad.
En estos días de la novena hemos puesto nuestra mirada, en el marco del Año Jubilar que concluirá para todas las iglesias particulares del mundo, el próximo 28 de diciembre, fiesta de la Sagrada Familia, en el ícono bíblico de “Jesucristo Peregrino”, para aprender a peregrinar como Él, ya que siempre afirmaba que "me voy al Padre" (Jn 14,28); “su Reino no es de este mundo” (Jn 18,36); “me voy al Padre mío y Padre de ustedes” (Jn 20,17). Y de esta manera, hemos querido ir preparando nuestros corazones para celebrar, a partir del 10 de enero del año próximo, hasta el 11 de mayo del 2027, un año jubilar en torno a la figura del gran peregrino franciscano, el Beato Mamerto Esquiú, obispo.
La imagen de Jesucristo como Peregrino nos ofrece una perspectiva dinámica y encarnada de la fe. Nos recuerda que su misión no fue estática, sino un constante caminar con la humanidad, pero para guiarla como peregrina hacia Dios, Padre de todos.
1. El peregrinaje de Cristo comienza en el momento de la Encarnación. Él no esperó en una distancia divina, sino que emprendió el camino hacia nosotros, aceptando la fragilidad y el movimiento constante de la vida humana. *Su vida y su enseñanza son fruto de un caminar histórico: desde Belén (nació en un viaje), a Egipto (la huida), a Nazaret (donde creció, se educó y desde donde peregrinaba cada año a Jerusalén) y, finalmente, su ministerio itinerante por Galilea, Samaría y Judea. Jesús raramente estuvo quieto; anunciaba la presencia del Reino de Dios peregrinando por todas las aldeas y ciudades.
*Al ser peregrino, se identifica plenamente con todos aquellos que están en tránsito, los migrantes, los exiliados, los que buscan un hogar o una verdad. Nos enseña que la vida no es un destino fijo, sino un viaje de fe y crecimiento hacia una meta bien definida: el Corazón de su Padre Dios en comunión con el Espíritu Santo.
2. Jesús no sólo fue un peregrino, sino que llamó a sus discípulos a ser peregrinos en camino con Él. El seguimiento de Cristo implica dejar atrás seguridades y emprender la marcha: *Los apóstoles dejaron sus redes y sus hogares. Ser cristiano es un acto de movimiento espiritual en orden al desprendimiento y al desapego para poder salir de la comodidad e ir al encuentro de Dios y del prójimo. *El peregrino tiene una meta (la Jerusalén Celestial) y una ruta, por eso valora el camino. El encuentro con Dios ocurre no sólo al final, sino en cada paso, en cada acto de servicio, en cada encuentro. Es en el camino donde Jesús nos enseña a vivir la caridad, la paciencia y la esperanza. Y *como una imagen incuestionable nos dejó la de hacerse compañero de camino cuando se une a dos discípulos que regresaban amargados y desolados a su aldea, en Emaús, para hacernos saber que el camina con nosotros siempre, cuando experimentamos un fracaso, estamos desorientados o tristes, revelándose en la Palabra y en la Eucaristía.
3. Finalmente, la figura del Jesucristo Peregrino transforma nuestra propia existencia. Nuestra vida entera es una peregrinación hacia Dios Padre.
*Jamás perdamos de vista somos extranjeros y forasteros en este mundo (1Pe 2,11; Heb 11,13, Filp 3,20). Saberlo nos ayuda a no aferrarnos a las cosas materiales y a mantener la vista fija en los valores eternos.
*La Iglesia misma es el Pueblo de Dios que peregrina a través de la historia, portando la luz del Evangelio a todas las naciones.
*La fe del peregrino es una fe llena de esperanza activa. Cada día es un paso que nos acerca al encuentro definitivo con Cristo, nuestro destino y nuestra recompensa.
Decía el Papa Francisco: "La vida de cada cristiano, desde el bautismo, es una peregrinación. El bautismo te pone en camino... El camino de la fe y de la vida. Y cuando paramos, las cosas no van”.
En síntesis, Jesucristo Peregrino nos invita a no instalarnos, sino a caminar con fe, esperanza y caridad, reconociendo que Él mismo es el “Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14,6).
Oh, Santa María del Camino, Madre de Dios y Madre nuestra, Tú que guardaste todas las cosas en tu corazón y recorriste el camino de la fe con humildad y valentía, te pedimos que intercedas por nosotros ante tu Hijo, Jesús, el Peregrino por excelencia, que no tuvo un lugar donde reclinar su cabeza.
Enséñanos, Madre del Valle, a desprendernos de lo superfluo y a caminar ligeros de equipaje, con la mirada fija en la meta del Cielo. Que nuestra vida sea un constante avanzar hacia la Casa del Padre.
Danos la fortaleza para aceptar las dificultades del camino como oportunidades para crecer y amar más. Danos la humildad para reconocer a Jesús en cada hermano que encontramos.
Que, como Tú, sepamos decir "Sí" a la voluntad de Dios en cada encrucijada y en cada nuevo amanecer.
Guía nuestros pasos, Estrella de la Mañana, para que, peregrinos en esta tierra, vivamos con la esperanza y el amor que nos dejó tu Hijo y así lleguemos a contemplar los cielos nuevos y la tierra nueva. Amén.