"Hace unos instantes, al pasar entre ustedes, me he encontrado con miradas llenas de alegría y esperanza", lo expresó el Papa Francisco en su discurso a los sesenta mil miembros de la Acción Católica italiana, reunidos en la Plaza de San Pedro en el marco de su Encuentro Nacional.
El Santo Padre les agradeció, pues, por "este abrazo tan intenso y hermoso, que desde aquí quiere extenderse a toda la humanidad, especialmente a los que sufren". Y añadió una petición recurrente en su Pontificado: "No debemos olvidar nunca a las personas que sufren".
Refiriéndose al tema de este Encuentro ("Con los brazos abiertos"), el Obispo de Roma reflexionó sobre el abrazo, "una de las expresiones más espontáneas de la experiencia humana". Observó que "la vida del hombre se abre con un abrazo, el de sus padres, que es el primer gesto de acogida, al que siguen muchos otros, que dan sentido y valor a los días y a los años, hasta el último, el de dejar el camino terrenal. Y, sobre todo, está arropada por el gran abrazo de Dios, que nos ama, nos ama primero y nunca deja de estrecharnos contra sí, especialmente cuando volvemos después de habernos perdido, como nos muestra la parábola del Padre misericordioso (cf. Lc 15,1-3.11-32)".
Bergoglio se preguntó: "¿Qué sería de nuestra vida y cómo podría realizarse la misión de la Iglesia sin estos abrazos?". Por dicho motivo, propuso tres tipos de abrazo: el abrazo no dado, el abrazo que salva y el abrazo que cambia la vida.
El entusiasmo que mostraban los integrantes de la Acción católica "de manera tan festiva no siempre es bien acogido en nuestro mundo: a veces se encuentra con cerrazones y resistencias, de modo que los brazos se vuelven rígidos y las manos se aprietan amenazadoramente, convirtiéndose ya no en vehículos de fraternidad, sino de rechazo, de oposición, incluso violenta, tantas veces, incluso de desconfianza hacia los demás, cercanos y lejanos, hasta llegar al conflicto".