Como el Papa León XIV al inicio de su pontificado, el Arzobispo Paul Richard Gallagher, Secretario para las Relaciones con los Estados y las Organizaciones Internacionales, en la Asamblea General de la ONU, con ocasión del 80 aniversario de su creación, se abrió con un llamamiento a la paz, objetivo hacia el que deben converger los esfuerzos de la comunidad internacional, llamada a adaptarse a un mundo "transformado" y marcado por las "amenazas emergentes".
De Ucrania a Oriente Próximo, de Sudán a la República Democrática del Congo y otros escenarios de conflicto, la vía indicada sigue siendo la del diálogo, el multilateralismo y el desarme. En este contexto "agitado", la Santa Sede reafirma la necesidad de poner en el centro la "dignidad de la persona humana", protegiendo el derecho a la vida, afrontando la crisis climática -causa de desigualdades que afectan particularmente a migrantes y refugiados- y estando atentos a los riesgos de la inteligencia artificial, definida como un objetivo "extraordinario" pero potencialmente peligroso si sacrifica la dignidad a la eficacia.
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El discurso, pronunciado la noche del 29 de septiembre en la sede de las Naciones Unidas en Nueva York, comienza con la observación de que la "cooperación multilateral" es esencial para abordar los problemas mundiales. Para ello, es necesario reafirmar los valores primordiales de la organización: promover la paz internacional, el desarrollo y los derechos humanos universales, valores que son "aún más importantes en un mundo cada vez más fragmentado". Está marcado por un "aislacionismo" que es la causa de una "inestabilidad previsible", que se traduce en las lacras que afligen hoy en día: "la escalada de las tensiones geopolíticas, la crisis climática en curso, el aumento de las desigualdades y la pobreza creciente". Cuestiones que dan testimonio de un contexto internacional cambiado, con nuevas "amenazas" que "ningún país puede afrontar solo". En este contexto, la Santa Sede actúa como "voz de los sin voz", promoviendo "un mundo en el que la paz prevalezca sobre los conflictos, la justicia triunfe sobre las desigualdades, el Estado de derecho sustituya al poder y la verdad ilumine el camino hacia el auténtico bienestar humano".
El arzobispo se detiene en la paz: no simple "ausencia de conflicto" o equilibrio entre adversarios, sino un valor arraigado en el "respeto mutuo", "activo y envolvente", como ya afirmaba el Papa León XIV. Para construirla, es necesario rechazar el "odio" y la "venganza", favoreciendo en su lugar "el diálogo y la reconciliación". Valores que pertenecen al corazón de la diplomacia y que la comunidad internacional está llamada a promover con gestos concretos. En este sentido, la Santa Sede ha renovado su propuesta de un fondo mundial, alimentado en parte por gastos militares, para erradicar la pobreza y el hambre, promover el desarrollo sostenible y afrontar el cambio climático.
El silencio sobre las armas, subrayó Gallagher, pasa por la "creación de confianza". En este contexto, resulta chocante la carrera armamentística, que genera "nuevas amenazas" y "exacerba los temores". La asombrosa cifra del gasto militar mundial -2,72 billones de dólares en 2024- perpetúa "ciclos de violencia y división", restando recursos a los pobres y vulnerables. El desarme no es un cálculo político, sino un "imperativo moral". Por eso es preocupante que varios Estados estén retirando sus compromisos de los tratados internacionales. Una alarma que afecta sobre todo a las cabezas nucleares: hay que reducir los arsenales, frenar la modernización de los arsenales. Los datos disponibles hablan de más de 12.000 cabezas nucleares en el mundo, "con una potencia explosiva total de 1,5 gigatoneladas, equivalente a más de 100.000 bombas del tipo de las lanzadas sobre Hiroshima". Y es en el 80 aniversario del bombardeo de la ciudad japonesa, junto con Nagasaki, en 1945, cuando Gallagher afirma que no cabe duda de que "un mundo libre de armas nucleares es necesario y posible".
Otro "pilar" de la paz es el respeto del derecho internacional humanitario. Su violación -con ataques a civiles, hospitales, escuelas y lugares de culto- constituye un "grave crimen de guerra". A ello se añade la utilización del hambre como arma. El personal militar, recordó Gallagher, es "plenamente responsable" de sus actos, que no pueden justificarse obedeciendo órdenes. Muchos trabajadores humanitarios operan también en contextos de guerra, cuya misión está marcada por inmensos desafíos: amenazas a la seguridad, escasez de recursos, acceso limitado al socorro.
La Santa Sede también hizo un llamamiento en favor de la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión. Más de 360 millones de cristianos viven hoy en zonas de "grave persecución o discriminación", lo que convierte al cristianismo en "el grupo religioso más perseguido del mundo". Ningún Estado o sociedad, advirtió, debe obligar a las personas a actuar en contra de su conciencia. En este contexto, es fundamental el diálogo interreligioso: no un mero intercambio de ideas, sino "un camino compartido hacia el respeto mutuo, la justicia y la paz". Un compromiso urgente en un mundo marcado por extremismos, polarizaciones y conflictos a menudo alimentados por malentendidos. La Santa Sede, recordó Gallagher, está también en primera línea al celebrar el 60 aniversario de la Declaración del Consejo sobre las relaciones con las religiones no cristianas, Nostra Aetate
Todo esfuerzo de la comunidad internacional debe situar en el centro "la dignidad de la persona". Garantizar los bienes esenciales significa también defender el derecho a la vida, "desde la concepción hasta su fin natural". La Santa Sede ha reiterado la ilegitimidad del aborto y la eutanasia, prácticas que promueven una "cultura de la muerte". En su lugar, deben dedicarse recursos a la protección de la vida, con una atención sanitaria adecuada y cuidados paliativos. Gallagher advirtió: "sólo hay un derecho a la vida"; no puede haber contrario, aunque se presente falsamente como libertad. Cuando se aleja de la "verdad objetiva y universal", añadió, incluso el derecho a la vida corre el riesgo de ser negociado. Entre las prácticas que atentan contra la dignidad humana, el arzobispo denunció la maternidad subrogada, que reduce a la mujer y al niño a "meros productos".
Hace diez años, hablando desde el mismo estrado desde el que se dirigió el secretario vaticano, el Papa Francisco había afirmado que la labor de las Naciones Unidas puede considerarse "como el desarrollo y la promoción de la soberanía del derecho, sabiendo que la justicia es un requisito indispensable para realizar el ideal de la fraternidad universal". Hoy, la Santa Sede reitera que "ningún individuo o grupo, independientemente de su condición, debe arrogarse la autoridad de violar la dignidad y los derechos de los demás o de sus comunidades".
Para la Santa Sede, erradicar el hambre y la pobreza es una "obligación moral" porque privan a las personas del potencial que Dios les ha dado. Una tragedia que el Papa ya ha calificado de "aún más triste y vergonzosa cuando nos damos cuenta de que, aunque la tierra es capaz de producir alimentos suficientes para todos los seres humanos". La clave para resolver la crisis está "en compartir, más que en acaparar codiciosamente". La producción de alimentos no es suficiente: va de la mano de garantizar la sostenibilidad de unos sistemas alimentarios que proporcionen "dietas sanas y accesibles para todos". Se trata, pues, de "repensar y renovar nuestros sistemas alimentarios, en una perspectiva de solidaridad".
La superación de las desigualdades globales -ya sean económicas, sociales o medioambientales- es otro desafío urgente para la Santa Sede. Hoy en día persisten profundas desigualdades en la distribución de la riqueza, el acceso a la educación, la salud, la seguridad alimentaria y unas condiciones de vida adecuadas, a menudo exacerbadas por "injusticias sistémicas, conflictos y degradación medioambiental". Por tanto, es imperativo abordar sus causas estructurales: "sistemas comerciales injustos, prácticas laborales explotadoras, acceso desigual a los recursos". Las pesadas cargas de la deuda atrapan a naciones enteras en la pobreza: por ello, su cancelación no es sólo un acto de generosidad, sino una "cuestión de justicia". Un valor aún más urgente por el reconocimiento en de una nueva forma de deuda: la deuda "ecológica", que se manifiesta principalmente entre el Norte y el Sur del mundo, vinculada a los desequilibrios comerciales, los efectos medioambientales y el uso desproporcionado de los recursos naturales por parte de algunos países durante largos periodos de tiempo.
Tomarse en serio la cuestión de la "deuda ecológica" es también una cuestión de "justicia medioambiental", que ha dejado de ser un concepto abstracto o un objetivo lejano. Gallagher señaló cómo el contexto geopolítico actual está marcado por "una crisis del multilateralismo", pero también por una cuestión climática con implicaciones cada vez más evidentes: afecta sobre todo a los más vulnerables -los pobres, las generaciones futuras- "que son también los menos responsables". Por ello, es necesario reforzar la cooperación internacional, promover el intercambio de tecnologías y la acción por el clima, invirtiendo en una "cultura del cuidado que enseñe nuevas formas de vida".
De las profundas desigualdades mundiales, los migrantes y los refugiados son, según la Santa Sede, las "primeras víctimas". La respuesta a estos problemas no puede ser sólo política: debe basarse en un enfoque ético, humanitario y solidario, que debe garantizarse independientemente del estatus de quienes han abandonado su país, respetando el "principio de no devolución" y evitando la violencia y la explotación. Debe prestarse especial atención a la reagrupación familiar, reconociendo el papel fundamental de este núcleo "en el desarrollo humano, la salud psicológica y la estabilidad social". Para reducir los riesgos asociados a la migración irregular, la Santa Sede pidió que se amplíen los canales seguros de migración, contrarrestando así las acciones de los traficantes y reduciendo los viajes peligrosos, a menudo letales.
Junto a los grandes desafíos globales, como ya señaló el Papa León XIV, la comunidad internacional se enfrenta a "otra revolución industrial": la que plantea la Inteligencia Artificial (IA). Ésta representa "un logro tecnológico extraordinario" que está moldeado por la creatividad humana, pero que produce resultados que pueden exceder sus capacidades, "generando preocupaciones sobre su impacto en nuestra sociedad". Se basan en el riesgo de que la IA alimente un "paradigma tecnocrático", según el cual todos los problemas del mundo sólo pueden resolverse mediante la tecnología. Un enfoque que corre el riesgo de subordinar la dignidad humana y la fraternidad a la eficiencia. Por ello, la Santa Sede ha pedido que se elaboren y adopten directrices éticas y marcos normativos claros para la IA.
El uso cada vez más extendido de la IA, prosiguió el secretario vaticano, pone en peligro muchos puestos de trabajo. Por lo tanto, es necesario implementar sistemas económicos que se centren en la creación de nuevos puestos de trabajo y fomenten el espíritu empresarial. Unos salarios justos y unas condiciones de trabajo sostenibles, especialmente para las mujeres, son también cruciales para fortalecer las unidades familiares. La Santa Sede también pidió un compromiso renovado para apoyar a los jóvenes que desean construir una familia, definida como un "pacto matrimonial entre un hombre y una mujer".
Subrayando la importancia de un diálogo "claro y sin ambigüedades" en la búsqueda de su resolución, el arzobispo repasó a continuación los diversos conflictos y situaciones de especial malestar presentes en el contexto geopolítico actual. En primer lugar, la crisis de Ucrania: "una de las más profundas y dolorosas". Ciudades antaño "vibrantes" reducidas a escombros, niños obligados a crecer entre "sirenas y refugios" en lugar de juegos y sonrisas. "Esta guerra debe terminar ahora, no en un futuro indefinido", es el llamamiento de la Santa Sede, que ha renovado la petición hecha por el Pontífice de un "alto el fuego inmediato", premisa indispensable "para iniciar un diálogo sincero y valiente". Todos los países reunidos en las Naciones Unidas están llamados a rechazar la "pasividad" y a apoyar concretamente cualquier iniciativa que pueda abrir el camino a una paz justa y duradera.
La Santa Sede mira también con atención la situación en Oriente Medio, reafirmando la necesidad de una paz "justa y estable" entre israelíes y palestinos, basada en la solución de los dos Estados, en el respeto del derecho internacional y de las resoluciones de la ONU. León XIV exigió con firmeza el fin de la violencia, pidiendo la liberación de todos los rehenes, un alto el fuego permanente, el acceso seguro de la ayuda humanitaria y el pleno respeto del derecho internacional, en particular en lo que se refiere a la protección de los civiles, la prohibición de los "castigos colectivos" y el uso indiscriminado de la fuerza. La cuestión de Jerusalén también es central: una solución "justa", basada en resoluciones internacionales, es indispensable para la paz. Cualquier decisión unilateral que altere el estatus especial de la ciudad es "moral y legalmente inaceptable".
En cuanto a la situación en Siria, la Santa Sede reiteró la necesidad de una transición de gobierno "pacífica y justa". Acogió con satisfacción los signos de progreso democrático que están surgiendo en varios países africanos, donde hay un creciente compromiso con las "elecciones multipartidistas", la participación cívica y las reformas institucionales. Sin embargo, persisten graves obstáculos: "autoritarismo, reformas constitucionales arbitrarias y corrupción endémica", que minan la confianza de los ciudadanos en las instituciones. Zonas como el Sahel, Cabo Delgado y algunas áreas del Cuerno de África son ahora epicentros de inestabilidad, donde la "amenaza yihadista", la pobreza, el tráfico de personas, la crisis climática y los conflictos internos se entrelazan en una "espiral que amenaza la vida de millones de personas". Frente a estos retos, la resiliencia de las comunidades africanas - "en particular de los jóvenes"- sigue siendo un recurso precioso, que debe apoyarse con inversiones específicas.
El empeoramiento de la situación en el este de la República Democrática del Congo preocupa mucho a la Santa Sede. Por un lado, se considera positiva la firma del Acuerdo General de Paz entre el gobierno local y el grupo armado M23, así como el acuerdo alcanzado entre los ministros de Asuntos Exteriores del Congo y Ruanda para poner fin a décadas de conflicto en el este del país africano. Sin embargo, sigue preocupando la aparición de nuevas oleadas de violencia: el pasado mes de julio, recordó Gallagher, las Fuerzas Democráticas Aliadas (ADF) perpetraron un brutal ataque contra una iglesia en Komanda, en la región de Ituri, en el que murieron más de 40 fieles. La retirada de la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas (MONUSCO) también plantea dudas sobre su capacidad para proporcionar seguridad y hacer frente a los continuos desafíos de la región.
Gallagher también mencionó el conflicto en Sudán, renovando de nuevo su llamamiento a un alto el fuego inmediato y al inicio de negociaciones genuinas. "El grito de dolor del pueblo sudanés debe ser escuchado, no hay más espacio para la indiferencia". También se prestó especial atención a la evolución de los acontecimientos en Sudán del Sur, donde la Santa Sede pidió a las fuerzas políticas que sigan con sinceridad y responsabilidad el camino del diálogo y la cooperación, aplicando plenamente el Acuerdo de Paz firmado en 2018.
También alimenta las olas de "violencia extrema" el flagelo del narcotráfico, particularmente en América Latina. Junto a los esfuerzos conjuntos de los Estados para combatir el narcotráfico, la Santa Sede pidió que se invierta urgentemente en "desarrollo humano". A continuación, la mirada del secretario vaticano se desplazó hacia las crecientes tensiones en el Caribe, en particular en Haití, donde el Vaticano espera que puedan crearse las condiciones sociales e institucionales necesarias que permitan al país emprender el camino de la paz y la seguridad. Pero también se mencionó la situación en Nicaragua, con la esperanza de que se garanticen plenamente la libertad religiosa y otros derechos fundamentales de las personas y de la sociedad.
La Santa Sede también observa con creciente preocupación las tensiones en el sudeste asiático. Concretamente en Myanmar, donde tras cuatro años y medio de guerra interna "la población está devastada". En este contexto de conflicto, están en auge fenómenos criminales como los llamados centros de estafa: instalaciones en las que se obliga a personas víctimas de la trata de seres humanos a engañar a usuarios de Internet, transfiriendo dinero a redes criminales. Según recientes estudios citados por el arzobispo, hay decenas de miles -si no cientos de miles- de personas recluidas en estos centros, situados principalmente en las zonas fronterizas de Myanmar, Tailandia, China, Camboya y Laos. Una industria "multimillonaria" que produce "millones de víctimas" en todo el mundo. En este sentido, el Vaticano ha alentado los procesos de diálogo y cooperación promovidos por la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN).
La panorámica del contexto internacional concluyó destacando la atención de la Santa Sede al contexto balcánico, en el que países "ligados a Europa por razones históricas, culturales y geográficas" aspiran a una integración cada vez más estrecha con la Unión Europea. Es fundamental", subrayó el Vaticano, "que las diferencias étnicas, culturales y religiosas no se conviertan en motivo de división, sino al contrario en un elemento de 'enriquecimiento' para el continente". En cuanto al Cáucaso, la Santa Sede se congratuló de los acuerdos de paz firmados el pasado mes de agosto entre Armenia y Azerbaiyán, invitando a ambas partes a proseguir en el camino de la reconciliación.
Al concluir su discurso, Gallagher reiteró el valor duradero de las Naciones Unidas y el bien que ha realizado en ochenta años de historia, sin ocultar sus "limitaciones y dificultades" que hoy ponen en entredicho su "credibilidad". Estas fragilidades, sin embargo, no deben oscurecer los éxitos logrados, sino estimular un renovado compromiso con su reforma y revitalización, adaptándola a las necesidades del presente. "Lo importante -dijo el arzobispo- es resistir a la tentación de sustituir estos programas fundamentales por nuevas ideas" que corren el riesgo de desvirtuar la misión de la ONU y sus cuatro pilares: la promoción de los derechos humanos, la protección de la paz y la seguridad internacional, el desarrollo sostenible y el Estado de derecho. Es precisamente este último el que constituye la condición indispensable de todo orden internacional justo. El aniversario de las Naciones Unidas", concluyó Gallagher, "es una oportunidad para reforzar su papel como faro de esperanza y fuerza positiva al servicio de las necesidades más urgentes de la humanidad".